En medio de las crecientes tensiones geopolíticas y la incertidumbre económica, el G20 puede desempeñar un papel central en la prevención de una crisis mucho peor al allanar la coordinación de las políticas fiscal y monetaria. Incluso podría promover un orden internacional más inclusivo al permitir que los países más pequeños hagan oír su voz.
MUMBAI – En diciembre, India comenzó su presidencia del G20 de un año, tomando el jubilación de Indonesia en medio de crecientes tensiones geopolíticas e incertidumbre económica. El aumento de la inflación ha despertado el espectro de una recesión mundial. Las cadenas de suministro, que se han vuelto más eficientes pero además más vulnerables oportuno a la globalización y la revolución digital, se están desmoronando bajo el peso de las interrupciones relacionadas con el COVID y la guerrilla en Ucrania, las cuales han revelado y profundizado las fallas del orden internacional.
Durante la Gran Recesión de 2008-09, se podría opinar que el G20 ayudó a aprestar una crisis peor al persuadir a las economías más grandes del mundo para que coordinaran sus políticas fiscales y monetarias. Con la capital entero en un momento crítico, luego de décadas de globalización implacable que ha hecho que los mercados estén cada vez más interconectados, el rama podría retornar a desempeñar este papel.
Para hacer frente a la crisis mundial que se avecina, los países del G20 deben, delante todo, coordinar las políticas macroeconómicas. Durante y a posteriori de la Gran Recesión, las economías desarrolladas intentaron impulsar el crecimiento manteniendo las tasas de interés en cero o cerca de cero, o incluso negativas. Si admisiblemente esto era necesario, las tasas ultrabajas pronto se convirtieron en una trampa, lo que impidió que los países que querían aumentar las tasas de interés lo hicieran, por temor a que sus monedas se apreciaran y sus exportaciones disminuyeran.