CUANDO Jonathan Jiang era un nene, su padre le contó acerca de un familia de astrónomos que usaban un enorme telescopio para destinar un mensaje al espacio, con la esperanza de que los extraterrestres en alguna galaxia lejana lo escucharan. “No deberían hacer eso”, recuerda Jiang que dijo su padre. “Los contenidos deben ser aprobados por los ciudadanos de la Tierra”.
El mensaje, transmitido en 1974 desde el Telescopio de Arecibo en Puerto Rico, se dirigía a un cúmulo de estrellas en una galaxia señal Messier 13 o M13. Llegará en poco menos de 25.000 primaveras, aunque, por supuesto, en sinceridad no sabemos si hay extraterrestres allí.
Lo que sí sabemos es que la mayoría de las estrellas de nuestra galaxia albergan planetas y que muchos de ellos son potencialmente habitables. Esto significa que existe la posibilidad de que al menos uno de esos miles de millones de planetas albergue vida inteligente. Esas probabilidades son suficientes para sugerir que deberíamos tratar de saludar. O al menos esa es la razón fundamental para destinar señales de radiodifusión dirigidas al espacio.
En las últimas décadas, hemos transmitido una mezcla de señales, que van desde intentos serios de comunicarnos con civilizaciones extraterrestres hasta transmisiones accidentales y trucos publicitarios tontos. En conjunto, se convierte en una representación un poco extraña de nosotros, los terrícolas. Donado lo mucho que sabemos ahora sobre el cosmos más allá de nuestro sistema solar, los astrónomos como Jiang, que trabaja en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA en Pasadena, California, creen que es hora de destinar una nueva postal a las estrellas.
Se podría proponer que nosotros…