En el mundo ideal de los economistas, la humanidad lucharía contra el cambio climático a través de un conjunto coordinado conjuntamente de políticas comerciales no discriminatorias. Pero en el mundo tal como es, nuestra única oportunidad de avalar un futuro sostenible depende de permitir que los gobiernos persigan objetivos ambientales de forma independiente, independientemente del impacto en otros países.
CAMBRIDGE – A fines del mes pasado, un líder extranjero acusó al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, de aplicar políticas industriales “súper agresivas”. No fue el presidente ruso, Vladimir Putin, ni el presidente chino, Xi Jinping, cuyos países son los principales rivales geopolíticos de Estados Unidos. Siquiera fue el presidente iraní Ebrahim Raisi o el presidente venezolano Nicolás Adulto, cuyos países han luchado bajo el peso de las sanciones lideradas por Estados Unidos.
No, la queja provino del presidente francés Emmanuel Macron, un confederado de EE. UU., sobre la Ley de Reducción de la Inflación, la iniciativa histórica de Biden para descarbonizar la riqueza estadounidense mediante el subsidio a la inversión doméstico en vehículos eléctricos, baterías y otras tecnologías renovables. Encuadrar para estos subsidios requiere que las empresas obtengan insumos críticos de productores con sede en EE. UU., lo que irrita a Macron y otros líderes, quienes afirman que la nueva código socava la industria europea. Francia, señaló Macron, enfrenta sus propios desafíos al producir empleos de clase media. “Y la consecuencia del IRA”, dijo sin rodeos, “es que tal vez arregles tu problema, pero aumentarás el mío”.
Sin bloqueo, imponer costos a otros países mientras se aborda el cambio climático es precisamente lo que la Unión Europea ha estado planeando hacer. A través de su mecanismo de ajuste fronterizo de carbono (CBAM), la UE pronto impondrá aranceles a ciertas importaciones intensivas en carbono. El objetivo es prolongar un precio interno stop para el carbono sin permitir que las empresas extranjeras socaven a los productores europeos mediante importaciones más baratas. Pero los derechos de importación además perjudicarán a muchos países de bajos ingresos como Mozambique, Egipto e India.