Los eco-activistas que han estado atacando museos y obras maestras pueden afirmar correctamente que su desobediencia civil no violenta está justificada por el fracaso de nuestras democracias para mostrar suficiente preocupación por los intereses de las generaciones futuras. Al igual que las sufragistas de hace más de un siglo, los jóvenes de hoy no tienen selección.
MELBOURNE – En julio pasado, dos activistas de Just Stop Oil entraron en la Pasillo Franquista de Londres y se dirigieron a la de John Constable. El carro de heno, una pintura icónica de la Inglaterra rural tal como era hace 200 primaveras. Posteriormente de cubrir la pintura con una imagen de destrucción ambiental, pegaron sus manos al situación y esperaron el arresto.
Tres meses posteriormente, otro par de activistas fueron a la Pasillo Franquista y arrojaron sopa de tomate a la casa de Vincent van Gogh. Girasoles. En los Países Bajos, un perturbador pegó su comienzo a la de Johannes Vermeer. La chica de la perla, mientras otro le echaba poco rojo encima. En Viena, miembros de Last Generation, una ordenamiento nombrada para señalar que somos la última procreación capaz de precaver un cambio climático catastrófico, vertieron un limpio oleaginoso infausto sobre la muro de Gustav Klimt. Asesinato y vida. Y en Potsdam, otros untaron puré de papas en la casa de Claude Monet. Pajares.
En todos estos incidentes, los activistas eligieron pinturas protegidas por vidrio, llamando la atención sobre las grandes obras de arte, pero sin dañarlas. Con El carro de henoel mensaje era que si no dejamos de usar combustibles fósiles, escenas como la que pintó Constable desaparecerán para siempre.